Aquella mañana comenzó como cualquier otra, con la misma rutina, las mismas palabras y las mismas acciones. Besé a mi chico antes de levantarme de la cama. Él aún dormía, porque la jornada anterior había sido intensa en el hospital y mis labios apenas rozaron su piel para cuidar su merecido descanso. Descalza me dirigí hacia el balcón, contemplando por el enorme ventanal sin cortinas el naciente día, que prometía un cielo despejado y un clima veraniego, respiré hondo y me dispuse a comenzar mi faena diaria.
- Buenos días - saludó Isabel al verme entrar al consultorio - ¿ Cómo amaneció?
Cada mañana agradecía la sonrisa que alegraba el día. Era una persona admirable que siempre mostraba el lado positivo y optimista de la vida.
- Estoy bien, Isabel - respondí amable - anoche descansé y hoy me siento con energías renovadas.
- Pues va a necesitar de toda su paciencia y conocimiento para lidiar con los pacientes que ya la están esperando en el saloncito - expresó en tono bajo y algo mi