El despertador suena como una sirena de emergencia, pero sé que la verdadera emergencia es la inminente proximidad de Cassian Rhodes. El agotamiento es un peso físico; siento cada hora no dormida en la tensión de mis hombros.
Hoy es el primer día de mi condena de dos años. Hoy vuelvo al infierno.
Me arrastro fuera de la cama. El apartamento se siente frío, ordenado, y vacío. Mi santuario no me consuela, sino que subraya mi soledad. Me visto con mi uniforme quirúrgico, inmaculado, intentando que el exterior sea un reflejo de la fría profesional que debo ser. Un escudo contra su dolor y el mío.
En St. Jude’s, el ambiente sigue siendo anormal. La limpieza de la Junta ha dejado un vacío de poder que Cassian está ocupando. Lo veo en su oficina; la silla de Jefe de Cirugía parece haber crecido para ajustarse a su ambición.
Me dirijo directamente a la Unidad de Cuidados Especiales, pero él me intercepta en el pasillo, justo antes de mi primera consulta.
—Elara —dice Cassian. Su voz es áspera,