El aroma a trufa y vino tinto llena el aire del restaurante. Me siento cómodo en esta mesa, la misma que uso para cerrar mis mejores acuerdos, pero esta noche la mesa es solo para mí y Alex. Mi primo tiene ese aire de despreocupación que solo poseen los hombres que no han tenido que ganarse la vida con las manos, sino con la astucia. Lleva un traje que cuesta mi alquiler de un mes y su sonrisa es un arma diseñada para el encanto masivo.
Lo observo mientras le da un sorbo a su copa. Es alto, moreno, con esos ojos inquietos que nunca se detienen en un punto fijo, siempre buscando la próxima emoción, la próxima conquista.
—Entonces, ¿todo listo para la toma de la ciudad? —le pregunto, apoyando el mentón en mi mano.
—Listo —responde Alex, con ese tono de suficiencia que me exaspera y me divierte a partes iguales—. La propuesta de está encriptada en mi disco duro. Solo necesito un lugar donde aterrizar por una semana. Un punto base antes de firmar el contrato.
El momento es ahora. Necesito