El reloj del pasillo marcaba las cuatro y media cuando el teléfono de Eleonor comenzó a sonar sobre la encimera de mármol. Ella estaba en la cocina, sola, removiendo una taza de café con movimientos distraídos, mientras el sonido de la lluvia ligera comenzaba a golpear los ventanales del jardín.
Al ver el nombre de su hijo en la pantalla, una sonrisa le suavizó el rostro.
—Mi amor —dijo apenas al responder—, ¿cómo estás, cielo?
La voz de Logan sonó del otro lado, cálida pero algo nerviosa, como quien mide cada palabra.
—Mamá, estoy bien. Solo… necesito pedirte un favor.
Eleonor apoyó la taza en la mesa y caminó hacia la ventana.
—Claro, lo que necesites. ¿Pasa algo?
—No, nada malo. Es solo que… necesito mi moto. La de carreras. Está en el garaje, ¿verdad?
—Sí, claro, sigue allí. Nadie la ha tocado. —Hizo una pausa—. ¿Por qué la necesitas?
—Hay una carrera este fin de semana, y bueno… —vaciló un poco—. Nathan va a venir conmigo.
Eleonor guardó silencio unos segundos. Sus labios temblar