La jornada laboral había terminado. Las luces del edificio comenzaron a apagarse mientras los últimos empleados salían con pasos cansados y conversaciones dispersas. Nathan esperó en su oficina hasta asegurarse de que todo quedara en silencio, y luego se dirigió al restaurante donde había citado a Logan.
El lugar era uno de los más exclusivos de la ciudad: un salón elegante, con lámparas de cristal suspendidas sobre las mesas cubiertas por manteles blancos y copas relucientes. En las paredes, cuadros modernos y una tenue música de jazz creaban un ambiente íntimo y sofisticado.
Logan ya lo esperaba en la mesa junto a la ventana, vestido con una chaqueta negra y camisa abierta al cuello. Cuando Nathan llegó, el brillo de sus ojos se reflejó en los cristales.
—Llegas justo a tiempo —dijo Logan con una sonrisa tranquila.
Nathan se sentó frente a él, dejando su saco sobre el respaldo de la silla.
—No podía hacerte esperar. —Tomó la carta del menú—. Veamos qué podemos cenar esta noche.
Ambo