El pasillo del segundo piso estaba en penumbra.
Las luces estaban apagadas, solo la claridad de la luna se filtraba por los ventanales, dibujando sombras largas sobre la alfombra.
La habitación de Logan estaba al final del corredor.
Nathan se detuvo frente a la puerta, dudó unos segundos, pero su respiración se agitó y, sin tocar, giró el picaporte.
Entró.
El cuarto estaba en silencio, con el aire impregnado del aroma a cuero y perfume amaderado.
Logan estaba allí, de espaldas, frente al espejo del tocador, quitándose los anillos y la chaqueta.
Se miró a través del reflejo y lo vio.
Sus miradas se encontraron sin necesidad de palabras.
El silencio pesó entre ellos, y solo el sonido del reloj en la pared rompía el aire inmóvil.
Logan se giró lentamente, con esa mezcla de sorpresa y tensión en los ojos.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz baja, casi un susurro.
Nathan no respondió. Dio un paso hacia adelante, luego otro.
La culpa, el deseo, la confusión… todo se entrelazaba dentro de él