Nathan bajó las escaleras con pasos apresurados, el pecho aún agitado y las manos temblando por lo que acababa de ocurrir arriba, en la habitación de Logan. El sabor de sus labios seguía en los suyos, y el eco de ese beso prohibido le martillaba la mente una y otra vez. Se pasó una mano por el rostro, intentando calmarse antes de volver a la realidad que lo esperaba abajo.
El aroma dulce lo golpeó primero. En la mesa del comedor, Nara colocaba con cuidado unas copas de cristal llenas de un postre cremoso, adornado con trozos de frutas y virutas de chocolate. Ella levantó la mirada apenas escuchó sus pasos.
—Amor —dijo con una sonrisa cansada—, mira lo que preparé. Pensé que podríamos terminar la noche con algo dulce.
Nathan forzó una sonrisa, apenas un movimiento tenso en el rostro. Sentía la garganta seca, las palabras se le quedaban atoradas.
—Se ve delicioso, Nara… —murmuró, tratando de sonar tranquilo, aunque la voz le salió baja y apagada.
Ella se acercó con una ilusión