El camerino olía a perfume caro, tela nueva y sudor contenido. La pasarela había terminado hacía pocos minutos, pero aún se escuchaban los murmullos de los invitados y el zumbido eléctrico de las luces que seguían encendidas en el salón principal. El éxito del evento flotaba en el aire como una nube dorada, aunque Nathan no parecía disfrutarlo del todo. Estaba de pie, observando los bocetos extendidos sobre una mesa, tratando de recuperar la compostura mientras su mente aún giraba en torno a cada detalle, a cada paso que había salido —o no— como él lo había planeado.
La puerta del camerino se abrió de golpe. El sonido de los tacones de Nara rompió el silencio con una seguridad ensayada. Entró con una sonrisa luminosa, seguida de sus padres, Jon y Eleonor, quienes aún conservaban el brillo de orgullo en los ojos tras el desfile. Nara se colgó sin pensarlo del brazo de su prometido, ignorando por completo la tensión que le cruzaba los hombros a Nathan.
—Estuvo fabuloso, Nathan —dijo ell