La mañana siguiente llegó envuelta en un aire extraño, como si el amanecer hubiera arrastrado consigo el eco de la noche anterior. Logan conducía uno de sus coches favoritos, un deportivo negro con líneas agresivas que rugía con cada acelerón. La ciudad parecía abrirse a su paso, y aunque llevaba gafas oscuras y el rostro sereno, por dentro seguía vibrando con la adrenalina de la carrera clandestina que lo había mantenido despierto hasta casi el amanecer.
Se estacionó frente al edificio principal de Force Corporation, donde el mármol y el cristal reflejaban la luz del sol como si se tratara de un templo moderno al poder y al dinero. Bajó del coche con esa arrogancia juvenil que lo caracterizaba, con la chaqueta de cuero ajustada a su cuerpo y los pantalones entallados que resaltaban su silueta. No llevaba casco esta vez; no lo necesitaba. Era su manera de mostrarse desafiante, como si quisiera marcar territorio en un lugar que aún no le pertenecía.
Las secretarias lo miraron de reojo