LÍA
Llegar a mi casa con una cruda, no solo porque me bebí el vino, el tequila, y todo lo que estuviera a mi paso, sino emocional también.
El sol ya no pegaba directo en mi cara, pero mi cruda existencial seguía como si alguien me estuviera martillando el alma con un zapato de plataforma. Empujé la puerta oxidada de mi cuarto de azotea, ese que había llamado “hogar” desde que decidí mandarlo todo al carajo y empezar desde cero. Tenía goteras, humedad, y un ventilador que chillaba cada tres segundos, pero era mío. . . Bueno, era del señor que me lo rentaba, pero me había hecho de ese espacio dándole una renta mensual.
Y por ahora, eso bastaba.
Tiré la bolsa con el corsé mal doblado en el sofá improvisado, pateé mis zapatos a un rincón y me quedé quieta un segundo.
— La moto. Jo**der. Dejé mi moto en el Sport Club —. Dije en voz alta, con tono de tragedia griega en su punto crítico—. Mi único patrimonio. Más le vale seguir ahí o me tiro por la azotea sin pensarlo.
Resoplé. Me dolía la ca