Mis lindos lectores, ¿qué opinan de Dalton? ¿Qué creen que va a conseguir con Lía? Los leo en comentarios ;) Síganme en mis r3d3$ $0c¡al3s me encuentran como Anna Cuher, donde podemos echar chismecito.
DALTONLlegar a la oficina y encontrarme con las dudas personificadas, era lo que Lía Monclova representaba para mí ¿Era ella la bailarina del Sport Bar? ¿Me la había tirado aquella noche? ¿Me había dicho jefe ca**pullo en mi cara?— Buenos días, Lía —. Dije con voz neutra, sin mirarla directamente, y pasé de largo como si ella no estuviera sentada ahí con esos malditos lentes de pasta que parecían de biblioteca. . . Pero qué, inexplicablemente, me daban ganas de arrancárselos con los dientes.Era como una especie de Clark Kent, pero en mujer. Si le quitaba esos malditos lentes, era probable que supiera si era o no aquella cantante que tanto alucinaba.Entré a mi oficina y cerré la puerta tras de mí. Me senté frente a la computadora, abrí el correo y no leí una sola pu**ta palabra.Mi cabeza estaba en el lobby. Más precisamente, en ella.La vi en su lugar. Vi sus labios resecos como si tuviera la boca igual de cruda que yo, su paso inseguro, la forma en que se quitó los lentes para fro
LÍA¿Dormiste bien? Sin duda era una pregunta noble, sin ningún tipo de malicia, más allá de saber cómo durmió una persona. Sin embargo, para mí significaba algo más que solo dormir mis ocho horas continuas.¿Me había reconocido finalmente? ¿Sabía que era la cantante del Sport Club? ¿Se acordaba de la noche loca que habíamos tenido? ¿¡Madre mía, cómo era en la cama? Tragué saliva.Me hice la santa inocente. Ja, como si eso me fuera a salvar de las consecuencias que tendría, porque no sabía si me había acostado con mi jefe o no. Tosí, me golpeé el pecho, y tomé el café como si eso pudiera borrar el calor que me subía por el cuello, como la serpiente de Adán y Eva.— ¿Perdón?— Que si dormiste bien hace tres días —. Repitió, pero esta vez con una curvita en la comisura de sus labios. Una sonrisa leve. Como quien lanza un anzuelo.— Sí, claro. Dormí como. . . ¿Una roca? Digo, como una vaca envenenada —. Mentira. Dormí como una virgen en película de terror: con un ojo abierto y el alma he
DALTONHabía un placer casi perverso en observarla desde mi oficina, detrás de las persianas medio cerradas, con una taza de café en la mano que ya ni sentía entre los dedos.Lía Monclova. Mi asistente. Mi tortura.La mujer que, tal vez, solo tal vez, se había montado sobre mí en una noche de whisky, pecado y luces bajas. La que tenía una voz brutal, una destreza exquisita para bailar, un cuerpo de pecado, una belleza incomparable, y una inteligencia que te ca**gas.Era ella. Lía y la bailarina eran la misma persona, de eso estaba seguro. Así que, como buen capullo de mi**erda, había decidido jugar un rato con ella y hacerme el que no se dio cuenta.Y como buen CEO, lo haría de forma metódica, precisa, letal. Me sentía como si el diablo me hubiese poseído.— Señorita Monclova —. Dije por el intercomunicador—, venga a mi oficina, por favor—. Mi tono pudo haber sonado frío, pero las ganas de verla eran más calientes que un volcán en erupción.Unos segundos después, escuché sus pasos. Si
LÍAMe había salido de la oficina con el corazón hecho una estampida. Parecía que estaba corriendo con un grupo de búfalos aterrados, tal como lo estaba yo en ese momento. No sabía cómo haría sostenible esto, pero en definitiva necesitaba el dinero porque ya no quería seguir comiendo sopas instantáneas, y agregar salchicha cuando me sentía elegante, o en alguna ocasión especial.Me estaba colocando en casco para tomar mi moto vieja, asegurándome que el mofle estaba bien asegurado con el lazo que le había puesto.— Madre mía, Lía. Y todavía le dices que le ponga una voz de mando que cante —. Quería morir. Me subí a la moto— ¡Qué cante! ¡Jo**der! —¿Es que no le pude haber dicho otra cosa?Llegué a mi cuarto de azotea y lo primero que hice fue ir a la tienda de la esquina para comprar una promoción de hot dogs. Durante la noche me la pasé frente a mi laptop, pero desgraciadamente no pude concentrarme porque lo único en lo que pensaba era en Dalton Keeland.Era muy estúpido seguir negando
LÍAEl vestido blanco estaba sobre mi cama, lucía impecable con cada pliegue perfectamente alineado. La seda era tan suave que parecía fluir como agua entre mis dedos. Y sin embargo, cuando lo toqué, sentí el frío de una sentencia de muerte.Un nudo de pánico me cerró la garganta. Mi madre había insistido tanto en que lo usara esta noche. "Te verás hermosa, Lía. Radiante. Digna de tu apellido." Yo quería usa el ne**gro de Armani, que había estado esperando para ponermelo en una ocasión especial.Ahora entendía por qué la insistencia de mi mamá. El murmullo de dos empleadas llegó hasta mi habitación, cuando me disponía a salir, sin embargo, logré escuchar sus voces, que hablaban en bajito, antes de abrir la puerta.— Ya está todo listo para la fiesta de compromiso.— ¿Lo sabe la señorita Lía?— Aún no, pero no importa. El señor Monclova lo tiene todo bajo control. Será una sorpresa muy agradable para ella.Mi estómago se desplomó tan pronto escuché la noticia. No, no, no. Di dos pasos
LÍATenía el corazón acelerado por el miedo que tenía de escapar en medio de una fiesta para celebrar un compromiso que yo no pedí. Había logrado salir de la mansión sin que nadie me viera, y solo contaba con unos instantes para perderme y que no me obligaran a unirme a John Douglas. No supe cómo le hice para llegar a la casa de mi mejor amiga, que vivía a unos cinco minutos de la mía. Estaba casi segura de que no había sido invitada a la fiesta para que no me alertara de lo que estaba pasando. Necesitaba esconderme. Perderme y que todo el mundo se olvidara de mí. Toqué el timbre con los nudillos temblorosos. La casa de Natalia seguía idéntica con su fachada blanca, la herrería en color dorado, y las macetas colgando del balcón como siempre. Ella no vivía en una mansión como mi familia, pero su casa era la envidia de su cuadra.La puerta se abrió apenas un poco. Ella asomó la cabeza, sus ojos se abrieron como platos al verme. Eran poco más de la una de la mañana, cuando al fin ha
LÍADos mil horas. Noventa días. Doce semanas. O tres meses.Ese era el tiempo que tenía sobreviviendo a base de café soluble, tortillas frías y una terquedad que se negaba a rendirse. No me casaría con John Douglas así me esté muriendo de hambre. Literalmente lo estaba haciendo. Siempre había alternativas, y casarme con un criminal no era una de ellas. Me había logrado instalar en un cuarto de azotea que olía a humedad, y algunas veces predominaba un olor rancio en el aire. Como toda niña rica, no estaba acostumbrada a limpiar, así que tuve que ver tutoriales en YouTube. Él cambio era duro, pero no me rendía. Era mi libertad la que estaba en juego.Afuera, la ciudad rugía con su tráfico y sus vendedores ambulantes. Adentro, yo trataba de concentrarme frente a mi computadora, escribiendo líneas de código que apenas entendía con el estómago vacío. Había recuperado mi laptop gracias a Marcela, y con ella, mi proyecto. Ese pequeño universo de programación que alguna vez soñé que me dar
DALTONMi día había empezado como un efecto dominó y todo empezó con el pu**to dedo chiquito cuando me pegué en una de las patas de la cama.No estoy hablando de un golpe cualquiera, no. Me refiero a ese dolor maldito, ancestral, que te sacude el alma, te roba el aire y te hace cuestionarte si la vida realmente vale la pena.— ¡Mierda! —Grité, pateando el marco de la cama otra vez, por pura estupidez, y sí, me lo chin**gué más.Luego vino el tráfico. Una caravana infinita de idiotas pitando como si eso fuera a mover los autos. La aplicación del coche fallaba, Siri dejó de responderme, y para colmo, la radio decidió encenderse sola en una estación de reguetón.¡Reguetón! A las siete de la mañana. Definitivamente, el universo quería joderme.Cuando llegué a la oficina, ya tenía un humor de perros y ni siquiera había tomado café. Lo único que me esperaba era una sala llena de ejecutivos con cara de frustración y una pantalla proyectando errores en el nuevo módulo de predicción que lleváb