DALTON
Llegar a la oficina y encontrarme con las dudas personificadas, era lo que Lía Monclova representaba para mí ¿Era ella la bailarina del Sport Bar? ¿Me la había tirado aquella noche? ¿Me había dicho jefe ca**pullo en mi cara?
— Buenos días, Lía —. Dije con voz neutra, sin mirarla directamente, y pasé de largo como si ella no estuviera sentada ahí con esos malditos lentes de pasta que parecían de biblioteca. . . Pero qué, inexplicablemente, me daban ganas de arrancárselos con los dientes.
Era como una especie de Clark Kent, pero en mujer. Si le quitaba esos malditos lentes, era probable que supiera si era o no aquella cantante que tanto alucinaba.
Entré a mi oficina y cerré la puerta tras de mí. Me senté frente a la computadora, abrí el correo y no leí una sola pu**ta palabra.
Mi cabeza estaba en el lobby. Más precisamente, en ella.
La vi en su lugar. Vi sus labios resecos como si tuviera la boca igual de cruda que yo, su paso inseguro, la forma en que se quitó los lentes para fro