Las luces doradas bañaban el salón principal de Étoile, convertido en un escenario de gala para la noche de recaudación de fondos que Pamela y su equipo habían organizado con meses de esfuerzo. Pamela vestida con un elegante vestido azul medianoche que abrazaba su figura como un susurro de terciopelo, Pamela se movía entre los invitados con gracia, sonriendo con cortesía mientras su mente navegaba entre preocupaciones más profundas. Había logrado reabrir Étoile tras el incendio y, junto a Cristhian, reconstruir cada rincón con dedicación y amor. Pero las cicatrices seguían ahí, invisibles pero latentes, como brasas bajo la piel.
Cristhian, de pie junto a una de las columnas, la observaba en silencio. Su porte impecable, con el traje hecho a medida y el reloj de pulsera reluciendo bajo la luz, proyectaba la seguridad del empresario que dominaba salas y decisiones. Pero sus ojos estaban centrados en Pamela, en cada gesto suyo, cada palabra, cada respiro. Habían compartido tantas tormen