Cruzaron toda la propiedad hasta llegar al garaje, aunque más que un garaje, parecía un parqueo privado. Allí, frente a América, se alzaba un hermoso auto azul marino, reluciente, con una elegante "T" en el frente.
—Es tuyo —dijo Nathan con una sonrisa.
Ella no pudo contener la emoción: lo abrazó y lo besó en ambas mejillas. "Cuánto daría por besarle la boca", pensó sin poder evitarlo.
—¡Gracias! Es muy hermoso.
—Ya sabes que, si decides irte, puedes llevártelo. Aunque... espero que no te vayas, porque me gusta tu compañía. No llevas ni una semana y ya te quiero —dijo con voz suave, aunque sus palabras siempre parecían más para escucharse a sí mismo que para ella.
—Yo también te quiero mucho —respondió América, ignorando inocentemente la presencia de Larissa—. Amiga, ¿qué te parece?
—Está lindo, América. Gracias, Nathan, por querer de esta manera a América. Después de tanto sufrir, tú vienes a darle felicidad —dijo Larissa con honestidad, sin notar el aire de superioridad que se dibuj