El beso que no fue

América bajaba las escaleras con hambre y una sonrisa ligera en el rostro. Le encantaba comer en la cocina con Consuelo. En los pocos días que llevaba en aquella casa, se habían hecho buenas amigas.

—¡Buenas tardes! —saludó con entusiasmo.

Consuelo, que estaba sentada leyendo un libro que parecía una novela de fantasía, alzó la mirada.

—Buenas tardes, niña. ¿Quieres comer algo?

—Sí, pero tú sigue leyendo. Me prepararé un sándwich —respondió América, buscando los ingredientes.

Consuelo asintió y volvió su atención al libro.

—Consuelo —volvió a llamarla, dudando un poco—. ¿Será que tú me puedes dar el trabajo en la biblioteca?

Consuelo la miró entrecerrando los ojos, como analizándola.

—Mira, no tengo experiencia, pero aprendo rápido. Necesito el empleo. Pensaba hablar con Nathan, pero Alejandra me dijo que tú eres la que contrata y despide a los empleados.

—Pues sí, eso es verdad. Soy yo quien se encarga de eso. Pero tú… ¿para qué querés un empleo?

—Me siento mal, gastando a diario el
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