—Barbarita, yo necesito intereses para poder seguir esperando con paciencia —dijo Vladimir, ladeando la boca en una sonrisa llena de autosuficiencia.
Barbara ya sabía a qué se refería. Aquella frase, repetida tantas veces, era una forma sutil de chantaje. Aquel hombre le causaba náuseas. Era obeso, malhumorado, vulgar… y con una autoestima peligrosamente inflada por el poder que tenía.
Pero tenía que fingir. Bien. Si quería mantener el favor de ese hombre, si quería seguir manejando el negocio sin interferencias, tenía que hacer lo imposible para que él creyera que lo deseaba.
—Encantada de darte los intereses que desees —murmuró con falsa sensualidad, mientras lo besaba.
Cada segundo era una tortura. El sabor de su boca le revolvía el estómago. Su lengua, su aliento, todo en él le provocaba arcadas. Y sin embargo, debía continuar.
—Hazme tuya… ahora —susurró, obligándose a sonar provocadora.
Vladimir sonrió con aire victorioso. Le encantaba pensar que era irresistible. Le gustaba sen