América se sentó en su cama, encorvada y silenciosa. Nathan, en cambio, ocupó la silla del escritorio, ese espacio destinado a sus tareas escolares. Por dentro, él deseaba poder sentarse a su lado, acariciar su piel herida, pero la realidad le recordaba que era una niña a la par de él, una niña que acababa de pasar por un momento traumático con Jader. Estaba frágil, probablemente asustada. No era momento de dejarse llevar por el impulso, sino de ser su apoyo.
Sus ojos, esas dos esferas de miel que alguna vez brillaron, estaban ahora opacos, apagados. Bajó la mirada, y Nathan alcanzó a ver cómo una lágrima solitaria rodó por su mejilla. No se atrevió a sentarse a su lado, pero sí acercó la silla hasta quedar frente a ella. Con cuidado, tomó sus manos entre las suyas y las apretó con fuerza, intentando transmitirle algo de consuelo.
“Cuánto daría porque no estuviera pasando por esto.”
—Lo siento tanto... Si hay algo, cualquier cosa, con lo que pueda compensar todo lo que Jader te ha hec