La tensión era tan densa que casi podía cortarse con un cuchillo. Desde la traición, cada mirada dentro de la manada llevaba un peso oculto, una duda silente que se infiltraba en cada conversación. No importaba cuántos pasos diéramos para restaurar el orden, la grieta seguía allí, invisible, pero destructiva.
Kian caminaba frente a mí, su expresión endurecida, pero sus ojos delataban la tormenta interna que rugía en su interior. No era solo el alfa que protegía su territorio, era el hombre que temía perderlo todo. Y yo… yo no sabía si podía seguir confiando ciegamente en él.
—Emma —su voz rompió el silencio mientras nos adentrábamos en el claro del bosque—. No voy a permitir que esto nos co