El viento cortaba la noche con una frialdad que no parecía de este mundo, y, sin embargo, todo lo que podía sentir era el calor de Kian cerca de mí. La guerra interna de nuestra manada había llegado a un punto crítico, y con ella, nuestra relación se encontraba al borde de un precipicio. Cada decisión que tomábamos, cada palabra que compartíamos, parecía pesar más que nunca. La carga de ser los líderes de la manada era demasiado, pero lo que me asustaba más era la posibilidad de perder a Kian.
—¿Estamos haciendo lo correcto, Emma? —Su voz rompió el silencio, bajo y rasposo, mientras caminábamos hacia el campamento donde los nuestros esperaban instrucciones.
Lo miré de reojo, mis pensamientos dispersos por la