Inicio / Romance / SOMBRAS DE SU AMOR / 5. Verdades bajo la piel
5. Verdades bajo la piel

El taller de Lucía, su refugio roto, vibraba con sombras. La lámpara de escritorio proyectaba líneas oblicuas sobre el boceto de un collar, cuyas formas, antes firmes, ahora parecían temblar con ella. Afuera, la ciudad despertaba con un murmullo sordo; adentro, la mansión Salazar guardaba un silencio que vigilaba.

Lucía sostenía el teléfono con los dedos crispados. La voz de Mateo aún resonaba: Stellar Form. Berlín. Una oportunidad que brillaba como un faro, pero también como un precipicio. ¿Cómo avanzar si el suelo aún se desmoronaba bajo sus pies?

Un papel arrugado asomó entre sus bocetos. Lo tomó, con el pulso acelerado. La misma caligrafía torcida de la nota anónima: “Pregunta por la clínica.” ¿Quién la había dejado allí? ¿Samuel? ¿Alguien más en la casa? El aire se volvió más pesado.

El chasquido de la cerradura rompió la quietud. La puerta principal se abrió con sequedad, seguida del eco de pasos y el tintinear metálico de unas llaves sobre el mármol. Adrián.

El corazón le dio un vuelco. No por amor, sino por algo más crudo: rabia, hambre de respuestas, agotamiento. Se alisó la blusa con un gesto automático, guardó la nota en el bolsillo y bajó las escaleras, como quien desciende a un campo minado.

Lo encontró en la sala, quitándose la chaqueta. La luz del amanecer perfilaba su rostro tenso, agotado. Por un instante, vislumbró al hombre que alguna vez amó. Pero bastó recordar la sonrisa de Valeria, su mano sobre el brazo de Adrián, para que todo se endureciera dentro de ella.

—Llegas tarde, —dijo, la voz más firme de lo que esperaba.

Él levantó la vista, desconcertado, como si no reconociera a la mujer que tenía delante. En sus ojos asomaba un brillo extraño: ¿culpa?, ¿fatiga?, ¿temor?

—No es un buen momento, Lucía —murmuró, llevándose la mano al cabello—. Ha sido un día complicado.

—¿Un día largo con Valeria? —preguntó, cortante.

El nombre cayó como una piedra en un lago en calma. Adrián se quedó inmóvil. No negó. No discutió. Solo suspiró con un peso que parecía arrastrar desde muy lejos. Caminó hasta el bar y se sirvió un whisky con la precisión de quien repite un acto conocido para no desplomarse.

Lucía no se movió. El silencio entre ellos era una cuerda a punto de romperse.

—No es lo que piensas —dijo finalmente, su voz apagada, como si intentara defenderse de algo que ya había sido dicho sin palabras.

—¿No? Entonces dime por qué ella está en cada foto contigo. Por qué desapareces en la noche. Por qué. —Su voz tembló, pero no se quebró.

Adrián giró el rostro. Detuvo el vaso a medio camino de sus labios. La miró con intensidad, pero Lucía ya no se encogía ante esa mirada.

—No estoy con Valeria —dijo con frialdad medida—. La gala fue un error. Ella se acercó. Los flashes dispararon. Eso fue todo.

—¿Otra coincidencia? —replicó Lucía, con una sonrisa breve, sin humor—. ¿Y las llamadas? ¿Las noches que no vuelves? ¿El reloj con la nota "Para que siempre llegues a tiempo. V.”?

El silencio que siguió no fue negación. Fue confirmación.

—Y luego está esto.

Sacó la nota arrugada del bolsillo. La sostuvo entre ambos como una herida abierta.

"Él tiene un hijo. No eres suficiente."

El vaso descendió lentamente. Adrián palideció. Sus nudillos se blanquearon al apretar el borde de la mesa. No era solo miedo: era reconocimiento. El derrumbe silencioso de una verdad imposible de seguir negando.

—¿De dónde sacaste eso?

—Estaba en mi taller. Alguien la dejó. Y hoy encontré otra: “Pregunta por la clínica.” ¿Quién está jugando conmigo, Adrián? —Su voz era un filo, cortando el aire.

El silencio se abrió como una grieta.

Él dejó el vaso en la mesa. Cerró los ojos. Cuando habló, su voz era apenas un hilo contenido.

—No es tan simple.

Lucía sintió cómo el aire se espesaba. El mundo se volvió estrecho, punzante. Esa frase no era una evasiva: era la antesala de lo inevitable.

—¿Un hijo? ¿Un niño que ocultaste mientras me hacías creer que éramos una familia? —Lucía dio un paso adelante, desafiante.

—No lo sabía —dijo, con premura—. Valeria me lo confesó hace unas semanas. Me pidió una prueba de ADN. Y… sí. Es mío. Tomás es mío.

Lucía retrocedió un paso. El nombre selló la herida. Ya no era una insinuación ni una amenaza. Era una vida. Una existencia que se había cruzado en su historia sin que ella supiera que estaba escribiéndose.

El teléfono vibró en su bolsillo. Un mensaje de Antonia: “No dejes que te rompa, amiga. Tú vales más.” Lucía lo ignoró, pero las palabras le dieron fuerza.

Respiró hondo. Le temblaban las manos, pero no el pulso.

—¿Ibas a decírmelo? ¿O pensabas seguir corriendo a Valeria cada vez que el pasado llamara?

—Estaba intentando entenderlo —replicó, frotándose la frente—. Valeria no me permite verlo. Dice que Tomás necesita estabilidad. Una familia. Algo que no puedo darle mientras esté casado…

Las palabras quedaron suspendidas, filosas. Mientras esté casado. Lucía lo comprendió todo.

—Entonces soy el estorbo. El apellido útil. La mujer invisible.

—No quería herirte.

—Pues ya lo hiciste, —dijo, la voz baja pero firme.

Lucía alzó el mentón. Las lágrimas presionaban, pero no cederían. No frente a él.

—Voy a buscar la verdad —dijo—. No la versión editada que tú eliges contarme. La verdad completa. Y cuando la tenga… decidiré si queda algo de nosotros. Si es que alguna vez lo hubo.

Adrián no respondió. Solo la miró como quien observa cómo algo se quiebra sin poder evitarlo.

Lucía subió las escaleras sin mirar atrás. Dejó la nota arrugada sobre la mesa. No necesitaba llevarla consigo. Ya estaba grabada en su piel.

En su taller, abrió el cuaderno de bocetos. El brazalete para Stellar Form la miró desde el papel, líneas como raíces que se negaban a morir. “Tu trabajo tiene alma,” había dicho Mateo. Y por primera vez, quiso creerlo. Berlín era más que un sueño. Era su salida.

En su habitación, el silencio era distinto. No era opresivo: era real. Se metió al baño, abrió la ducha y dejó que el agua tibia le resbalara por los hombros. Tomás es mío. Las palabras ya no dolían como antes, pero cada una dejaba un eco sordo, como un golpe bajo el agua. No sangraban. Cicatrizaban con rabia.

Afuera del baño, mientras se secaba frente al espejo, vio en la repisa una caja antigua que alguna vez le dio su madre. La abrió con manos todavía húmedas: dentro, un dije roto y un boceto infantil. Era un brazalete, con líneas torpes, pero claras. “Para que no olvides quién eres”, le dijo ella entonces.

Lucía lo sostuvo por un instante. Tal vez esa era la forma de no quebrarse: fundirse en algo que ardiera, que gritara su nombre.

Envuelta en una bata, se acercó a la ventana. El jardín, perfecto y frío, se extendía bajo la luz azul del amanecer. Bello. Y ajeno.

Encendió la laptop. Buscó Stellar Form, el concurso que Mateo había mencionado. Las bases brillaron en pantalla: un llamado a artistas que convirtieran emociones en joyas, que contaran verdades a través del metal.

—Tu trabajo tiene alma —le había dicho Mateo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Lucía quiso creerlo.

Tomó su cuaderno. Trazó las primeras líneas de un brazalete. No era ornamento: era una declaración. Líneas entrelazadas como raíces: fuertes, rotas, vivas. Como ella. Como su madre. Como cada parte de sí que había intentado silenciar.

El celular vibró.

Raúl Vargas: "Encontré algo. Reúnase conmigo mañana, 10 a.m. Café La 5ta Avenida. Venga sola. No le diga a nadie. Hay detalles que no pueden esperar."

Un mensaje siguió al de Raúl. Mateo: “¿Avanzaste con el diseño? Berlín te espera, Lucía.” Sonrió, aunque fuera solo un segundo.

Lucía cerró los ojos. Tal vez mañana tendría respuestas. O nuevas heridas. Pero esa noche, tenía esto: un diseño naciendo, una verdad en camino, y una chispa en el pecho. No era paz. Era suyo.

Y sabía que, si no actuaba ahora, perdería más que un concurso. No volvería a esperar en la oscuridad.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP