11. El filo de la verdad
El torno zumbaba suavemente, un latido constante en el silencio del departamento. Lucía inclinó la cabeza sobre la mesa, sus dedos moldeando un alambre de plata con precisión feroz. El collar para Stellar Form tomaba forma: filigranas que se entrelazaban y fracturaban, como amantes atrapados en un ciclo de deseo y ruptura. En el centro, un cristal azul —un regalo de su madre— brillaba bajo la luz parpadeante de una lámpara. Berlín estaba a tres semanas, y cada trazo era un grito: no dejaría que la sombra de Adrián la detuviera.
Tomó un sorbo de café, su sabor amargo cortando el aroma a cera y metal pulido que impregnaba el aire. Este taller improvisado, rodeado de alicates desgastados y cristales desperdigados, era un refugio, un vestigio de las noches en que Elena moldeaba joyas con la precisión de un poeta. Ajustó una filigrana, pero su mente se desvió, atrapada por un recuerdo que no podía contener.
Una noche en el dormitorio de la mansión, tras una cena silenciosa. Adrián estaba j