6. El precio de la traición
La niebla envolvía la ciudad, fría y silenciosa, como si supiera el peso que Lucía llevaba dentro. El café La 5ta Avenida exhalaba un aroma cálido a pan recién horneado y vainilla. Lucía llegó puntual, abrigada con una bufanda granate que contrastaba con la palidez de su rostro. Su andar era sereno, pero por dentro, cada paso dolía.
Raúl Vargas ya estaba allí, sentado junto a la ventana. Tenía un maletín discreto a su lado y una expresión que mezclaba reserva y pragmatismo. Lucía no lo conocía, pero Antonia le había asegurado que era el mejor: un investigador privado con reputación de encontrar verdades que otros preferían enterrar.
Raúl se levantó al verla, con ese gesto medido que anticipaba una conversación sin espacio para rodeos.
—Señora Salazar —saludó con una leve inclinación—. Un gusto conocerla. Me alegra que haya podido venir sola. Antonia habló muy bien de usted.
—El gusto es mío, señor Vargas —dijo Lucía, con voz firme y cortés, estrechándole la mano—. Espero que tenga res