12. El ultimátum
La puerta de la oficina se abrió con un golpe seco, y Valeria irrumpió, sus tacones resonando contra el mármol del Hotel Gran Palace. El vestido negro ceñido resaltaba cada curva, un arma tan afilada como su mirada ardiente de furia. Adrián, tras el escritorio de caoba, alzó la vista del informe que revisaba, sus dedos apretando el papel. El aroma a cuero y café impregnaba el aire, pero su presencia lo volvió sofocante.
—¿Cómo no me lo dijiste, Adrián? —espetó—. ¿Tu esposa te pidió el divorcio y yo me entero por rumores?
Su rostro era una máscara de control, pero el apretón en el papel traicionó una grieta.
—No es tu asunto, Valeria —respondió, la voz fría, cortante.
—¿No es mi asunto? —Su risa cortó el aire, ácida—. ¡Tomás es tu hijo! ¿Crees que puedes aferrarte a ella mientras me ignoras? Firma el divorcio, comprométete conmigo, y entonces conocerás a tu hijo. Si no, jamás lo verás.
Dio un paso hacia ella, su tono bajo, peligroso.
—No he firmado nada. Y no estoy listo para tus juego