El punto láser verde quemaba la frente de Rafael como un tercer ojo de luz maldita.
El dron se estabilizó contra el viento, ajustando sus rotores con micro-correcciones que sonaban como latigazos. Bajo la cámara, dos electrodos metálicos comenzaron a brillar con un arco eléctrico azul.
*Zzzzzzt.*
Cargando.
—*Última oportunidad* —dijo la voz de Carmen desde la máquina. Sonaba distorsionada por la lluvia y la estática, pero la amenaza era cristalina—. *Tira la mochila o te freiré el cerebro. 50.000 voltios directos al lóbulo frontal.*
Elena miró a Rafael. Él no estaba mirando al dron. Tenía una mano en el bolsillo de su chaqueta, apretando algo con fuerza. Su respiración era agitada, pero sus ojos estaban calculando distancias. Ángulos. Probabilidades de supervivencia.
—Elena —susurró él, sin mover los labios—. Cuando yo te diga, corres.
—¿Qué?
—No mires atrás. Corres hacia el borde y saltas al edificio del banco.
—Está a cinco metros, Rafael. No llegaremos.
—Llegaremos o moriremos inte