*Toc. Toc. Toc.*
El sonido de los zapatos italianos de Diego Salazar resonaba contra el hormigón desnudo del estacionamiento subterráneo como el tictac de un reloj de cuenta regresiva.
Nivel -3. El nivel VIP.
Aquí el aire era más frío. Olía a gasolina quemada, a caucho y a ese silencio denso y artificial que solo el dinero puede comprar. No había coches familiares abollados. Solo tiburones de metal: Ferraris, Lamborghinis, y su propio Aston Martin plateado, brillando bajo la luz parpadeante de un fluorescente defectuoso.
Diego caminaba rápido. Demasiado rápido.
Miraba por encima del hombro cada tres pasos. Se aflojó la corbata, que sentía como una soga de seda alrededor de su cuello.
La imagen de Carmen en la gala, sonriendo mientras destruía el escáner de Elena, se repetía en su cabeza. La frialdad. La maldad absoluta. Y luego, la mirada que Carmen le había lanzado a él antes de salir.
*"No creas que no vi lo que hiciste en el vestíbulo, Diego. Hablaremos en casa".*
Diego le temblaba