*Piiiiiiiiiiiiiiiiii.*
El chirrido del columpio oxidado se estiró hasta convertirse en una aguja sónica perforando el tímpano de Elena.
El cielo gris del Bloque 12 se fracturó como un espejo golpeado por un martillo. Los edificios de hormigón se derritieron, goteando como cera caliente, y fueron reemplazados por paredes blancas.
Blancas.
Cegadoras.
Impecables.
El olor a basura podrida del parque desapareció. En su lugar, el aire se llenó de ese aroma químico que Elena odiaba con cada fibra de su ser. Etanol. Ozono. Y el olor metálico de la sangre seca.
Elena ya no tenía veintinueve años. No llevaba una chaqueta militar sucia.
Tenía doce años. Llevaba un vestido de domingo, almidonado y picante, que su padre le había obligado a ponerse para "la visita".
Estaba en la Sala de Observación B.
—¿Elena? —la voz de Rafael sonaba lejana, como si estuviera gritando desde el fondo de un pozo—. ¡Elena, respira!
Pero Elena no podía respirar. Estaba atrapada en el ámbar del pasado.
En el recuerd