CAPÍTULO 20

La tarjeta negra estaba mojada por la lluvia. Brillaba bajo el haz de luz de la linterna de Rafael como una obsidiana afilada.

Elena la sostuvo frente al lector magnético de la puerta de servicio del Edificio B-4. Su mano temblaba tanto que tuvo que usar la otra para estabilizarla.

*Por favor, Diego. No me mientas.*

Deslizó el plástico.

El silencio de la noche, roto solo por el repiqueteo de la tormenta, se mantuvo durante un segundo eterno.

Y luego...

*Bip. Clack-thunk.*

El sonido de los cerrojos magnéticos pesados liberándose fue el ruido más hermoso y aterrador que Elena había escuchado jamás. Una luz verde parpadeó en el lector, un ojo cíclope dándoles la bienvenida al infierno.

—Funciona —susurró Rafael, empujando la pesada puerta de metal con el hombro—. El bastardo no mintió.

Entraron.

El aire del interior los golpeó de inmediato. No olía a productos químicos ni a limpieza estéril, como los laboratorios modernos de la torre principal.

Olía a tiempo detenido.

A polvo acumulado d
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