El silencio en la sala de juntas de Apex AI no era pacífico. Era estéril.
Era el tipo de silencio que se encuentra en una morgue de alta tecnología o en el vacío del espacio. Las paredes no eran de ladrillo ni de madera; eran paneles de vidrio inteligente que cambiaban de opacidad con un parpadeo. La mesa de conferencias, un óvalo inmenso de un material blanco y pulido que parecía hueso, reflejaba la luz fría de los halógenos.
Diego Salazar estaba de pie junto al ventanal panorámico, mirando hacia la ciudad nocturna de Barcelona.
Sus manos, metidas en los bolsillos de su pantalón de tres mil euros, temblaban.
No podía dejar de ver la transmisión de las noticias en su mente. Elena. Huyendo. Disparos en el Barrio Gótico.
Él había firmado para un golpe corporativo. Había firmado para humillarla, para quitarle la empresa y recuperar su propio orgullo herido por años de ser "el esposo de la heredera".
Pero no había firmado para esto.
—Siéntate, Diego —dijo una voz a sus espaldas. Suave. Mo