CAPÍTULO 13

El taxi los dejó a tres calles de distancia. El conductor ni siquiera apagó el motor; simplemente desbloqueó las puertas y miró por el retrovisor con impaciencia.

—Más allá no entro —dijo, escupiendo las palabras—. Es territorio de nadie.

Elena bajó del coche. El calor la golpeó en la cara como un trapo sucio y húmedo.

No estaban en la Barcelona turística. No había Gaudí aquí. No había turistas comprando imanes de nevera ni brisa marina fresca.

Estaban en la Zona 4. Un eufemismo administrativo para el vertedero humano donde la ciudad escondía lo que no quería ver.

Las calles no tenían nombre. No había placas azules en las esquinas. Solo números pintados con spray negro o rojo sobre el cemento desnudo de los edificios colmena.

—Bienvenida a la otra cara de la moneda —dijo Rafael, ajustándose la mochila al hombro. Su mano derecha no se alejaba de la cintura, cerca de donde escondía la navaja—. Tu padre construyó su imperio sobre cimientos de mármol, pero sacó el cemento de aquí.

Elena c
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