El campus estaba cubierto por una luz dorada cuando Sofía llegó a la universidad. Aquel entorno siempre le había parecido acogedor, casi seguro… y ese día, más que nunca, necesitaba un refugio que la mantuviera lejos de pensamientos que ardían aún sobre su piel.
Había intentado convencerse de que era una mañana más. Que el peso en su pecho no era más que cansancio. Pero con cada paso, el recuerdo de la noche anterior volvía, como una sombra que se negaba a desprenderse.
Se detuvo unos segundos en la entrada del aula. Respiró hondo. Se acomodó el cabello. Luego entró.
Horas después, cuando la clase finalizó, Sofía caminaba por uno de los pasillos del edificio principal, revisando algunos apuntes en su carpeta, cuando una voz cálida interrumpió su concentración.
—¿Sofía?
Alzó la mirada y se encontró con Leo. El mismo Leo de siempre, con su sonrisa serena y mirada amable. Vestía una camisa celeste arremangada y jeans oscuros. A su lado, el caos de su mundo se sintió, por un instante, lej