Mientras tanto, Sofía aún no sabía nada. La ducha seguía cayendo sobre su espalda mientras apoyaba la frente contra los azulejos fríos, con los ojos cerrados. Quería quedarse allí para siempre.
A lo lejos, se escuchaban pasos en el pasillo. Una conversación apagada. Pero el murmullo no logró atravesar del todo su burbuja. No todavía.
Cuando finalmente salió de la ducha, envuelta en una toalla blanca y con el cabello goteando, revisó el reloj. El almuerzo con Leo no había durado tanto, pero todo el día le pesaba encima como una losa. Se dirigió al vestidor y comenzó a cambiarse lentamente por ropa cómoda, sin saber que alguien la esperaba a pocos metros.
Fue entonces cuando Inés llamó a la puerta del departamento.
—¿Señora Sofía?
Ella respondió desde el vestidor:
—Dime, Inés.
—La señorita Brenda ha venido a verla. Insistí en que no la interrumpiera, pero… dijo que esperaría.
Sofía se quedó inmóvil.
El corazón le dio un vuelco inesperado. Como si el nombre de Brenda ahora lleva