El sol empieza a caer sobre Madrid, tiñendo de dorado las fachadas de los edificios. Las calles del centro, especialmente cerca de la Gran Vía, vibran con una energía única: el bullicio de la gente, las risas que salen de las terrazas, el murmullo constante de conversaciones en distintos idiomas.El pavimento refleja la luz cálida, mientras los escaparates de las tiendas comienzan a encender sus luces. Un músico callejero toca una melodía de flamenco en una esquina, rodeado de curiosos. Más allá, en la Plaza Mayor, las farolas antiguas se iluminan poco a poco, creando una atmósfera mágica entre los arcos y los adoquines.En los barrios como Malasaña y Lavapiés, las calles son más estrechas, llenas de murales coloridos, bares alternativos y bicicletas apoyadas contra las paredes. Aquí, la vida va a otro ritmo: más relajado, pero igualmente vibrante.Y en todo momento, se respira ese aire castizo y cosmopolita que solo Madrid puede ofrecer. Pero en la Suite privada de uno de los hoteles
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