Al día siguiente. El sol se filtraba cálidamente por los ventanales del comedor principal, bañando de luz dorada la mesa de roble macizo. El aroma del pan recién horneado se mezclaba con el del café y el ligero perfume a flores blancas que Inés siempre colocaba en el centro de la mesa cada mañana.
La familia Morgan había madrugado. Ares y Doki se movían bajo la mesa, atentos al más mínimo gesto que significara alguna migaja caída. Alessandro leía una revista de arquitectura mientras Alicia removía su té con delicadeza. Sofía, aún en bata de seda azul y con el cabello recogido en una trenza floja, se sentó frente a ellos con una sonrisa serena.
—¿Dormiste bien, hija? —preguntó Alicia, con esa dulzura que nunca la abandonaba.
Sofía asintió, tomando un sorbo de café.
—Sí… me costó un poco conciliar el sueño, pero al final descansé.
—No me extraña —intervino Alessandro, cerrando la revista—. Ayer fue una noche intensa. Celebración, regalos, emociones intensas, únicas e inolvidables.
Sofía