El aire del mediodía madrileño estaba tibio, envolvente, como si la ciudad quisiera suavizar el peso de las despedidas. En la entrada principal de la Residencia Fort, los maleteros ya habían cargado el equipaje de los Morgan. El chofer asignado esperaba junto al auto negro con las puertas traseras abiertas.
Sofía abrazaba primero a su madre.
—Hija, recuerda comer bien, dormir y… por favor, no te encierres demasiado en tus pensamientos —susurró Alicia con ternura, acariciándole el rostro—. A veces el corazón se defiende hablando antes de sentir.
Sofía cerró los ojos un instante y asintió sin decir nada. Luego abrazó con fuerza a su padre, que le besó la frente con esa seriedad protectora que siempre la hacía sentir segura.
—No olvides que aquí tienes un hogar. Sea donde sea que estés —dijo Alessandro.
Después vinieron los abrazos con Alexandra, con Michelle y con Aaron. Risas, fotos, promesas de llamadas diarias, y hasta Doki se subió a dos patas para que lo incluyeran en la despedida,