La lluvia golpeaba los cristales de la Residencia Fort con una cadencia triste, como si el cielo compartiera el dolor que se había instalado en sus muros.
Sofía estaba sentada en el sofá del segundo nivel, las rodillas juntas, el rostro escondido entre las manos. Su cabello caía como una cortina sobre sus mejillas húmedas.
Lloraba en silencio. Pero cada lágrima caía con el peso de una eternidad.
Catalina se arrodilló frente a ella, sus ojos también vidriosos. Le sostuvo las manos, las acarició con una delicadeza casi materna.
—Sofía… estoy aquí. No voy a irme.
La joven negó levemente con la cabeza, como si aún no pudiera aceptar lo que estaba viviendo. Como si esperara que, en cualquier momento, alguien le dijera que todo había sido una cruel pesadilla.
—Catalina… yo no entiendo… —murmuró, con la voz rota— ¿Qué pasó? ¿Por qué de pronto me pide el divorcio? Estábamos bien… Él me cuidaba, me amaba a su manera. ¿Qué pasó?
—No lo sé, pero Axel también está preocupado. Algo no está bien co