El aire de la mañana madrileña estaba impregnado de humedad, pero el sol resplandecía tímidamente entre las nubes. Sofía caminaba por la acera con pasos lentos, una bufanda delgada cubriéndole el cuello, sus manos ligeramente temblorosas dentro de los bolsillos de su abrigo beige.
Inés había insistido en acompañarla, pero Sofía se negó. Necesitaba moverse, respirar, distraerse, aunque fuese solo por unos minutos. Le había dicho que solo saldría un momento a la farmacia, que no tardaría.
Pero la verdad era otra: esperaba sin querer encontrar algo. O a alguien.
La campanilla de la puerta repicó con un leve tintineo al empujarla. El interior de la farmacia era cálido y limpio, con un leve aroma a desinfectante. Sofía buscó en silencio en las estanterías. Su lista mental era simple: unas vitaminas recomendadas por el médico y un par de sobres para las náuseas matutinas.
Pero en cuanto se giró hacia el otro pasillo, su corazón pareció dejar de latir por un instante.
Allí estaba él.
Naven F