Los doctores han tomado la decisión de trasladar a Sofia ya a la habitación normal, el peligro ha pasado, solo se esperaba que ella reaccione.
La sala se sentía helada, como si el frío se hubiese colado entre las rendijas del tiempo y se hubiera aferrado a cada rincón. No era invierno, pero Naven tiritaba. No por el clima, sino por el peso insoportable de la incertidumbre. Frente a él, la figura frágil de su esposa, tendida sobre la cama blanca del hospital, parecía dormir… pero él sabía que no era un sueño del que pudiera despertar con solo rozarle la mejilla.
Los médicos decían que era posible que pronto despertara, pero también hablaban de probabilidades, de estadísticas, de plazos inciertos. A él no le importaban los datos. Solo quería verla abrir los ojos. Perderse en Los esmeraldas de sus ojos.
Se acercó lentamente, como si cada paso fuera una plegaria. Se sentó a su lado y le tomó la mano. Estaba tibia. Aquello lo mantenía de pie, lo único que lo anclaba al presente: su calo