Sofía no necesitó escuchar el golpe en la puerta para saber que él estaba allí.
La temperatura pareció descender en el ambiente. Incluso Ares, que dormía acurrucado junto a la ventana, levantó la cabeza con un pequeño gruñido y bajó la mirada, inquieto. Era como si una sombra se hubiera deslizado por la alfombra, avanzando sin permiso, sin ruido. Como si el aire se hubiera condensado en una amenaza invisible.
Sofía se irguió lentamente desde el sofá. Su respiración era estable, pero no tranquila. Era la respiración de quien está intentando aparentar fortaleza. Pero por dentro… su pecho era un océano revuelto.
Y entonces llegó el golpe. Firme. Breve. No pedía permiso. Exigía presencia.
Sofía caminó hacia la puerta sin apuro, como si esa pausa pudiera salvarla del encuentro inevitable. Cuando la abrió, él ya había alzado una ceja.
—¿No pensabas bajar a almorzar? —fue lo primero que dijo, sin saludar.
Naven Fort no preguntaba cómo estaba. No preguntaba nada que no considerara importante.