Sofia se queda a solas con Naven, el pitido de las maquinarias era incesante, sus manos temen tocarlo, pero las ganas eran más dominantes.
— Quién diría que eres tan dominante, acostumbrado a doblegar a todos y ahora estás aquí, cubierto por cables — Murmura ella — Pero más allá de todo lo que pasamos durante el día a día, espero que puedas recuperarte pronto.
Sofia abre sus ojos aun más al percatarse de que los dedos de Naven se mueven.
— ¿Me estas escuchando? — Pregunta ella, pero sabe que no tendrá respuestas entonces se aparta de Naven y se acerca a la ventana desde allí se observa el gran movimiento de Madrid.
La habitación del hospital estaba sumida en un silencio apacible, solo interrumpido por el constante pitido del monitor cardíaco. El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas blancas, tiñendo el ambiente de una calidez engañosa. Sofía, sentada en una silla junto a la cama, mantenía la vista fija en el rostro dormido de Naven, pero era seguía siendo demasiado apue