El reloj marcaba las 9:43 de la mañana cuando Sofía tomó la decisión de dejar de esperar. Algo en ella había cambiado. Ya no era la mujer que solo escuchaba, ahora estaba determinada a actuar. Naven estaba en la empresa desde muy temprano, y ella tenía unas cuantas horas.
Se colocó un abrigo liviano, tomó su teléfono, su bolso, y pidió a Inés que no dijera nada a nadie. “Voy a salir por algo importante”, le dijo con un susurro.
El auto la llevó hasta un café discreto en el centro de Madrid. Catalina ya la esperaba allí. Lucía elegante como siempre, aunque el ligero maquillaje no alcanzaba a disimular la preocupación que ya se instalaba en su rostro.
—¿Sucedió algo con el bebé? —fue lo primero que preguntó Catalina.
—No —respondió Sofía, tomando asiento—. El bebé está bien… pero Naven no. Alguien más vendrá.
Catalina frunció el ceño, y antes de poder preguntar más, alguien más llegó. Era Axel Fort. Vestía con menos pulcritud de la habitual, y parecía venir de una reunión intensa.