La tarde caía sobre Madrid, y la Residencia Fort parecía cubierta por un silencio extraño, denso. Afuera, las nubes comenzaban a acumularse, y el viento soplaba con una promesa silenciosa de tormenta. Dentro de la casa, Sofía recorría con lentitud los pasillos, una mano en su pequeño vientre, la otra rozando las paredes como si buscara sostenerse en algo más que ladrillos.
La ansiedad la devoraba. Desde el desayuno, había notado algo más: Naven había derramado el café sin notarlo, se había quedado mirando al vacío por varios segundos y, luego, reaccionó de manera impulsiva cuando Inés le comentó algo trivial. Su corazón ya no le permitía negar lo evidente: algo estaba destruyendo a Naven desde dentro.
Fue entonces cuando su teléfono vibró. Catalina.
—Tenemos algo —dijo la voz al otro lado.
Horas antes…
Catalina estaba en una biblioteca privada, sentada frente a un ordenador. A su lado, Axel Fort revisaba varios documentos que había extraído del sistema confidencial de Fort Enterpr