El motor del Bentley se apagó con un leve zumbido cuando Sofía descendió del vehículo. Naven no dijo una sola palabra. No un “adiós”, no un “te esperaré”, ni siquiera una mirada. Solo la sutil inclinación de su cabeza, como si le concediera permiso para marcharse. El silencio, tan habitual en él, pesaba como plomo.
Ella cerró la puerta con cuidado, intentando no hacer ruido, como si una mínima vibración en el aire pudiera provocarle una reacción. Luego giró sobre sus talones y comenzó a andar, dejando atrás el vehículo negro que, por su sola presencia, parecía alterar el pulso de todo lo que lo rodeaba.
Cruzó el portón del campus con un suspiro contenido, como si acabara de liberarse de una prisión invisible. Aunque era libre, aunque podía caminar a donde quisiera, la energía que rodeaba a Naven Fort siempre la dejaba con la sensación de que él estaba unos pasos detrás, observando todo. Controlando todo.
El edificio académico se erguía como un viejo conocido. Le resultaba reconfortant