Sofía apenas cruzó el umbral de su departamento cuando sus pies ganaron velocidad por voluntad propia. Su bolso resbaló al suelo sin ceremonias, los zapatos volaron en direcciones opuestas y su elegante peinado, que había resistido dos horas en la universidad y otra más dentro de un Bentley con tensión latente, ya pendía de un hilo emocional y gravitacional en frente y causado por Naven Fort.
—¡Mininooo! —susurró con la urgencia de quien teme estar hablando demasiado fuerte, aún dentro de su propia casa—. ¡¿Dónde estás, pequeñín?! — Expuso la pequeña mujer que venía en búsqueda y al encuentro de su nueva mascota.
Corrió hacia la habitación de huéspedes y, agachándose junto al mueble más sospechoso de toda la vivienda —una antigua cómoda de madera que nadie usaba desde tiempos inmemoriales aparentemente definitivamente ella piensa y asegura que hizo muy bien en esconderlo allí, Sofía se arrodilló y estiró el brazo hacia un pequeño hueco entre la pared y la base.
—¡Bingo! —exclamó triun