El sol apenas comenzaba a filtrarse por las enormes ventanas de la residencia Fort, tiñendo las paredes de la suite de Sofía con una tenue luz dorada. Sin embargo, en el interior del departamento, la atmósfera era espesa, cargada de un nerviosismo silencioso. Sentada en el sofá de terciopelo gris, Sofía acariciaba lentamente al pequeño gatito en su regazo, su suave bola de pelos ronroneando con placidez. Lo había nombrado Eros, y desde que prácticamente se lo ha robado la noche anterior al verlo recorriendo, no había dejado de pensar en las consecuencias si Naven lo llegaba a descubrir, era consciente de que había desobedecido una orden del mismo Naven Fort.
Afuera, el jardín parecía tranquilo. El silencio envolvía el Gran penthouse como una sábana pesada, interrumpido sólo por el ocasional trinar de un pájaro lejano. Sofía intentaba calmar su mente, pero su pecho se apretaba cada vez que imaginaba los ojos grises de su esposo descubriendo a su nuevo amigo felino. Cerró los ojos unos