De regreso a la carretera, Dante me preguntó sobre lo que hablé con su padrino.
—No te preocupes. Solo me dio el pésame y me dijo que puedo contar con él para lo que sea... —sus ojos no se apartaron de los míos.
—Me estás mintiendo —dijo. Me aclaré la garganta, tratando de disimular los nervios.
¿Cómo sabía que le estaba mintiendo?
¿Acaso escuchó?
—No...—
—Sol, te conozco más de lo que puedes imaginar... más de lo que tu cerebro pueda comprender. Pero si no me quieres contar, no importa. Todos guardamos secretos—
No sé por qué esa última frase me dio escalofríos. Giré el rostro para evitar su mirada intensa y me hizo otra pregunta.
—¿Qué deseas cenar? ¿O prefieres regresar a casa?—
No quería volver tan pronto, no quería separarme de él todavía. Tampoco sabía con certeza qué quería, pero pensé en algo rápido.
—C-comida china... quiero arroz frito con cerdo agridulce, dumplings y después un helado—
De pronto, mis ojos se humedecieron.
—Ya no llores más —dijo suavemente, abrazándome.
Cua