—Es un imbécil... pero quiero que acaben con él lentamente. Quitarle, poco a poco, todo lo que posee... y luego, que muera y quién sabe y termine traicionado por su propia familia—
Marco revisa unos papeles mientras habla.
—No podemos actuar a la ligera. Aunque lo conoces mejor que nosotros, estamos más que claro de que es el consentido de Enzo. Cualquier paso en falso sería perjudicial para todos nosotros...—
Lleva el vaso de ron a los labios dándose un trago.
—¿El consentido, eh...? —murmuró con una risa amarga, esa que solo nace del orgullo lastimado—. Sí, sí... un imbécil con más suerte que cerebro...—reclina la cabeza del asiento y cierra los ojos con las manos cruzadas.
Apretó los dientes antes de hablar. Era más que odio, era un resentimiento profundo. Una amargura, un odio personal.
—De todas formas, me encargaré de que desaparezca junto a su suerte. No soporto más su estúpida arrogancia, se cree el dueño del mundo, cuando simplemente es un esclavo de él. Le demostraré quién m