Estoy sobre la cama, con el cuerpo exhausto y la piel pegajosa. Entre mis piernas, su semen aún gotea, marcando las sábanas como testigos de lo que me hizo. Me siento sucia... usada. Dante me dejó amarrada mientras se duchaba, como si fuera un objeto que le pertenece. La cama está mojada, mis muslos arden y mi pecho se agita con cada respiro.
Escucho sus pasos acercándose otra vez y el miedo me invade de repente. Ya no soporto el ardor en mi interior... me duele tenerlo dentro, pero él no se detiene. Nunca se detiene.
Desperté atada, con una correa de cuero alrededor del cuello. No era cualquier correa, era una con un claro propósito sexual. Todo en él lo es. No importaron mis lágrimas ni mis súplicas... estaba poseído por ese deseo enfermo, por ese instinto salvaje que lo consume.
Por esa ira desenfrenada que se desquita en la cama.
Me obligó a tragar su semen varias veces. Lo hizo mirándome a los ojos, con esa sonrisa torcida que me enloquece y me asusta a la vez. No sé cómo puede