Las piernas me tiemblan mientras camino detrás de él. El aire se vuelve escaso y mi pecho se aprieta.
Me abre la puerta del coche. Él mismo va a manejar, aunque sus perros guardianes nos siguen en otro vehículo.
Me pongo el cinturón. Él rodea el auto y sube. Su perfume me golpea. Antes me gustaba. Ahora lo odio. Odio estar encerrada con él, oliéndolo.
Me cubro la nariz disimulando cuando odio ese olor y giro un poco el cuello.
Sé que me está mirando. Lo hace con esa forma suya, como si yo fuera un problema que tiene que arreglar.
—Sol... me estoy empezando a impacientar. Y de verdad quiero ser suave —dice con ese tono falso de calma.
—Tengo el periodo. Estoy estresada. Solo eso. Déjame tranquila —respondo sin mirarlo. Siento su mano acariciándome el brazo.
—Bien... lo entiendo. No quiero molestarte. Pero me incomoda que actúes así —dice con un suspiro.
—No todo gira en torno a ti, Dante. No eres el centro del universo —lo digo bajito, pero él lo escucha.
Me agarra del mentón y me obli