Marco tenía el teléfono en la oreja. Sobre el cenicero dejó caer la colilla del cigarro, escuchando en completo silencio a la persona al otro lado de la línea.
Inhaló el humo y lo soltó lentamente. Con esa misma mano tomó el vaso y lo llevó a los labios. El ron bajó por su garganta como fuego líquido, dejando un ardor suave que se extendió por su estómago. No hizo mueca. Se quedó inmóvil, disfrutando del placer punzante que le provocaba.
—Lo entiendo —dijo con voz seca—. Te transferiré quinientos mil dólares primero. Tú y tus hombres ya saben lo que tienen que hacer. No pago por trabajos mal hechos. Después de terminar, otros quinientos mil más. Tómalo o déjalo. Quedo al tanto.—
Colgó con firmeza. Soltó un suspiro y giró la cabeza hacia el hombre que tenía al frente, dejando caer el teléfono sobre el escritorio.
El sujeto sonrió mientras bebía. Marco lo miró y habló con la calma de quien ya lo tiene todo calculado.
—Dante viene pronto... hay que darle un regalo que nunca olvide. Uno q