—¿Desde cuándo lo sabes...? —me levanto despacio, con la sangre ardiéndome.
—Desde hace mucho —respondo con un suspiro resignado—. No sé si tu hijo lo hizo a propósito... tal vez. Pero lo supe. Cómo lo descubrí ya no tiene importancia. A tu hijo le gusta ver el mundo arder... y yo quiero verlo arder junto al mundo...pero es tu maldito hijo biológico y yo soy él que pierde. —
Se levanta de la silla y camina en busca de un trago.
—¿Que estás haciendo? — le reprocho.
—No quería que lo supieras porque no deseaba que no sintieran diferencias entre ustedes. Pero no podía ocultarlo toda la vida, ¿cierto? —hay una amargura en su voz.
—De ninguna manera —respondo con firmeza—. Es tu hijo, de todos modos —él asiente en silencio.
—¿Y eso es todo lo que me dirás? —me pregunta.
—¿Reclamarte y gritarte como un niño? No vale de nada, no dejará de ser tu hijo por eso. Al fin y al cabo, todo lo que soy y tengo es gracias a ti. Te debo mi vida... no olvido que me rescataste de la muerte. La cicatriz en