Início / Mafia / Retrato de un hombre cruel. / Un contacto insignificante.
Un contacto insignificante.

¿Por qué hice esa tonta pregunta?

Como si me importara por qué tiene sangre en la ropa. Él es un hombre sin alma, sin piedad.

Mis manos tiemblan. El miedo se aferra a mis huesos como una garra invisible.

Mi papá... mi papá no es ese tipo de hombre.

Quiero creerlo, pero ese video... eso que vi me ha dejando el alma herida.

Lloro en silencio, con el rostro hundido en la almohada. No puedo tragar, el nudo en mi garganta me asfixia.

Los recuerdos me golpean con más fuerza que nunca.

Mamá nunca fue la madre amorosa que todos tienen. Era fría, distante. Como si solo hubiera amado a mi hermanito.

Pero mi papá... él siempre estuvo para mí.

Es mi héroe.

Sé que vendrá a buscarme o eso quiero creer.

Pero debo ser fuerte. Debo quedarme en silencio.

Me levanto y entro al baño. Me despojo de la ropa y dejo que el agua caliente resbale por mi piel. Al menos este hombre tuvo la decencia de traer parte de mis cosas, pensé que no lo haría.

Cuando termino, me envuelvo en una toalla y salgo del baño.

Pero un escalofrío helado me recorre la espalda.

Él está ahí de pie frente a mí.

La toalla resbala de mi cuerpo, cayendo al suelo.

—¿Qué hace aquí? —mi voz es apenas un susurro.

Me agacho de inmediato, tomando la tela y cubriéndome de cualquier forma.

Pero él ni siquiera parpadea, su mirada es tan oscura en esos ojos negros como la noche que siento que tengo al mismísimo demonio frente a mí.

—Cámbiate y ven a lavar mi ropa. No puede amanecer con sangre... y de paso hay un pequeño desastre en la cocina—

Y sin más, se da la vuelta y se marcha.

Cierra la puerta con tranquilidad, como si lo de hace unos segundos no hubiera significado absolutamente nada.

Pero yo sigo en shock, él me vio desnuda. El primer hombre en hacerlo, fue él. Esto me hace sentir asquerosa.

Es más de media noche.

¿Por qué demonios me pide que lave ropa ahora?

No me dejó hablar. No me dejó cuestionarlo, pero debo hacerlo.

Debo quedarme callada, no quiero morir.

Estoy empezando a volverme loca, la ansiedad se apodera de mi cabeza.

Tengo que calmarme... necesito espirar.

Caigo al suelo llorando queriendo que esta pesadilla acabe.

***

—¿Qué m****a...?—

Murmuro para mí mismo, aunque mi expresión no cambia.

Suelto una carcajada seca.

¡Qué sorpresa!.

Su cuerpo es de infarto. Pechos pequeños y firmes, aureolas pequeñas de color rosas. Pezones duros por el frío.

Tiene un lunar en el pecho.

Y si dijera que no vi más abajo en ese corto tiempo, mentiría.

Cintura estrecha. Curvas suaves por su delgadez... creo que si aumentara un poco más de peso sería un problema para cualquier hombre.

Un puto problema viviente.

Me llega el mensaje que estaba esperando, pero no lo reviso de inmediato.

En su lugar, un par de minutos después, la escucho tocar la puerta.

—Necesito la ropa—

Abro la puerta, alzo la mirada, pero me evita.

La camiseta ajustada y sin sostén, pantalones holgados y el cabello recogido en una coleta alta.

Se ve bien, malditamente bien.

—¿Has lavado ropa alguna vez en tu vida?— pregunto con burla.

—Sí— dice firme y segura.

—Bien. La ropa sucia está en el área de lavado. Puedes retirarte—

Se da la vuelta, pero antes de que se vaya, la detengo.

—Tráeme agua—

Asiente y desaparece.

Abro la laptop y reviso las cámaras, me divierte verla en el área de lavado.

No tiene ni puta idea de lo que hace, pero al menos lo intenta.

Hasta que veo cómo vierte blanqueador.

Cierro los ojos.

Joder.

Ese traje negro nunca más lo usaré.

Cuando regresa con el agua, nuestros dedos se rozan, es un contacto insignificante.

O debería serlo.

Antes de que se marche, le pregunto:

—¿Sabes lo que es blanqueador?—

—Sí— dice con firmeza.

—Ya veo...— Así que lo hizo a propósito.

Ladeo la cabeza con una sonrisa.

¿Cuál será el castigo por semejante imprudencia?

Se está quedando dormida, recostada sobre el lavabo, esperando que la ropa termine de lavarse.

Son las cinco de la madrugada.

Camino hasta donde está y la cargo en mis brazos sin despertarla. Es liviana, su respiración es tranquila.

La dejo sobre la cama y me detengo un momento para observarla.

El pecho sube y baja con cada respiración.

Los labios entreabiertos, largas pestañas.

—¿Eres real?...— incluso dormida parece un ángel.

Le acaricio la mejilla con el dorso de los dedos.

Luego apago la luz y salgo de la habitación.

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